Me debato entre las tartas básicas, brutalmente contundentes, adictivas y orgásmicas de Rosi, uno de esos sitios que debería aparecer en cualquier guía de "lugares secretos" de Madrid (qué paradoja ridícula son esas guías, ¿no?) y el refinamiento, a veces un poco over-the-top de Oriol Balaguer, con sus pasteles de multicapas infinitas y terminación de joya de Victoire de Castellane. Dos universos distintos para un paladar (el mío) a veces menos exigente de lo que me gustaría y otras, más exquisito de lo que puedo permitirme. Las tiendas de Oriol Balaguer son pijerío, diseño, gama alta y precisión. El "cake parlor" de Rosi, en cambio, es como la panadería de "Cuéntame", pero sus tartas calóricamente desquiciadas valen el viaje. Aunque hay que reconocer que las del catalán son infinitamente más fotogénicas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario