martes, 12 de enero de 2010

frío y caliente

Normalmente, en esta ciudad (hoy escribo desde Madrid) no hay demasiados días al año para plantarse la McMurdo. Suelen ser los justos para justificar la compra de tal prenda, para amortizar no tanto lo que cuesta (que no es tanto, y mucho menos si tenemos en cuenta lo efectiva que es contra el frío y las siguientes líneas de este post) sino el espacio que ocupa. Cuando uno vive en 35 metros cuadrados (no es mi caso, pero podría), uno tiene que elegir entre la McMurdo y un cuatro cajones en el armario. Pero este año, los afortunados propietarios de uno de estos abrigos han visto su inversión más que compensada. ¿Cuántos días de frío polar llevamos ya? Ayer, cuando desembarqué del AVE (una hora de retraso, algo completamente asumible dadas las circunstancias, más aún para alguien como yo, que ha pasado años soportando los crueles mangoneos del puente aéreo), sólo deseaba llegar a casa para cambiar mi absurda cazadorita por algo con más enjundia. Clothing as protection, como diría la Kawakubo. En días como estos uno agradece no ser mujer, y verse tentado de jugarse la vida enfrentándose al frío enfundada en algún modelito supuestamente invernal de Balmain. Lo que hace el señor Christophe Decarnin para esta marca es a la moda lo que “True Blood” a la televisión, es decir, un producto de enorme calidad asentado en un concepto que no podría ser más terrible. ¿Mal gusto consciente? ¿Buscada vulgaridad? Decarnin ha cerrado el círculo y ha hecho que los extremos se toquen. Las pobres furcias de las calles de Laos, que no han elegido ni ciudad ni profesión, se visten igual que las ricas herederas neoyorquinas que sí eligen: Balmain y más Balmain. It’s Balmainia out there. Desde luego, una mujer vestida con estos modelitos llama la atención y provoca erecciones, pero a costa de perder toda la dignidad. Toda y más si somos conscientes del precio de lo que lleva puesto. Cathy Horyn está convencida de que parte del atractivo abismal de la firma son sus desorbitados precios. Balmain es en sí misma un logo gigantesco (en forma de prenda muy pequeñita, eso sí) que dice que el dinero te sale por las orejas y que puedes permitirte que te pierdan el respeto al verte vestida así porque, con tu enorme fortunón, puedes volver a recomprarlo (el respeto) todas las veces que quieras. Y que llegado el caso podrías permitirte el lujo de salir a las calles congeladas así de mal (y poco) vestida, rodeada de esclavos portadores de estufas de queroseno portátiles.

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