jueves, 28 de enero de 2010

Dior vs Galliano


Nadie que haya presenciado alguna vez un desfile de alta costura (o, mejor dicho, de “haute couture”, dicho con la voz aquella zorrística de la Fashion TV) se atrevería a negar que se trata de la máxima expresión del lujo, entendido como lo que debería ser siempre: acumulación de valor añadido en un producto que condensa muchas horas de trabajo, de gente muy cualificada y con muchísimo talento, materiales exquisitos y décadas (o siglos) de tradición costurera. En los años 90, la irrupción de John Galliano como director creativo de Christian Dior marcó un punto de inflexión importante en la manera en que la alta costura era considerada por la industria y percibida por el público general. Galliano rompió las reglas no escritas (y alguna escrita, posiblemente) del sector y convirtió los shows bianuales de Dior en su enloquecido País de las Maravillas particular. Sus teatrales presentaciones (no sólo de alta costura, pero sí sobre todo de alta costura) se convirtieron en acontecimientos imprescindibles y consiguieron que la exposición publicitaria que le suponían a la firma compensaran, además del descontento de los que creían ver el sagrado nombre de Christian Dior “prostituido” por un tipo volado, los enormes gastos y ridículos ingresos que supone mantener viva una línea de trabajo así. A veces podría pensarse que John Galliano malgasta su indudable talento en diseñar una ropa que muchas veces no se comprará nadie y directamente no aportará ni un duro al balance de Dior, pero cuando uno ve las colecciones que diseña para su propia firma, puede llegar a pensar que para lo único que está dotado este hombre es para el disfraz virguero, para el arte excesivo en tejidos prohibitivos. Lo que en Dior es exquisito y suntuoso, es vulgar y desquiciado en Galliano. Esto se ve mucho en sus colecciones masculinas, inexistentes hasta hace relativamente poco. La insistencia de Galliano en llevar su filosofía haute couture a estos terrenos no hace sino generar imágenes impactantes, pero en el fondo ridículas, pues no se trata de dos mundos diferentes, el de la alta costura para mujer y las colecciones comerciales para hombre. No hay nada más sofisticado que un vestido de alta costura Dior, ni nada más hortera y chabacano que unos calzoncillos con “Galliano” escrito por doquier.



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